Había una vez un niño llamado Vicente. Era moreno, alegre y muy ágil. Lo que más le gustaba era levantarse muy temprano, correr por el parque con su perro Tody y comer chocolates con almendras.
Pero había algo que le gustaba mucho más todavía. Para Vicente no había nada mejor en el mundo que pasear con su Papá y sentir que su mano fuerte tomaba la suya para cruzar la calle. Entonces no necesitaba mirar ni a derecha ni a izquierda como le habían enseñado, podía caminar confiadamente. Entonces reía feliz. Pero el Papá de Vicente era un hombre muy ocupado. Tenía tan poco tiempo libre que a veces pasaban días sin que el niño pudiera verlo ni escuchar su voz. Algunas noches trataba de quedarse despierto hasta tarde, luchando con el sueño que le cerraba los ojos. Para sentir los pasos cuando volviera y correr a abrazarlo. Pero nunca lo lograba.
La Mamá de Vicente, aunque estaba casi todo el día en casa, tampoco tenía demasiado tiempo para él. Siempre estaba trabajando.
- Mamá – Le decía Vicente -, Léeme este cuento ¿Quieres?
- Ahora no puedo. Tengo mucho que hacer.-
- Entonces voy a esperar a mi Papá, para que él me lea.-
- No, Vicente – Respondía su Mamá. – Tu Papá va a llegar tarde y cansado hoy día. No debes molestarlo. ¿Porqué no vas a jugar al jardín con Tody?
“No tengo tiempo”. “No tengo tiempo”. Estas palabras daban vueltas y más vueltas en la cabeza de Vicente. ¿Porqué los grandes no tenían tiempo para nada?. Se puso a pensar. “Debo hacer algo para que Papá y Mamá tengan horas y horas para jugar conmigo”.
Él quería que tuvieran tiempo para conversar y reír todos juntos, para pasear por el jardín, para salir a caminar, para correr por las mañanas cuando el sol recién se asoma en el cielo y el aire que se respira es fresco.
- ¡Ya sé! – Exclamó de pronto Vicente. – ¡Qué idea tan genial!. –
Él había visto a Mamá guardando mermelada en los frascos de conservas. Si Mamá podía guardar mermelada para los meses de Invierno, el podía guardar tiempo en esos mismos frascos para los días en que su Papá y su Mamá estaban tan ocupados.
Había visto algunos frascos vacíos en la bodega. En ellos guardaría minutos, horas de sol y horas de luna, lo juntaría todo pacientemente. Él sí tenía tiempo para sentarse durante el día y al atardecer y así llenar de sol y de luna esos frascos.
Se sentía feliz con su idea. Ahora todos podrían usar ese tiempo para estar juntos y ser felices.
Vicente logró llenar diez frascos de sol y diez frascos de luna. Ahora podía invitar a su Papá a salir con Él a correr en la mañana. Y así lo hizo en cuanto llegó de la oficina.
- Lo pasaremos muy bien y nos reiremos mucho – Le aseguró.
- Hijo, lo siento tanto, pero no tengo tiempo; más adelante, tal vez en las vacaciones. ¿Por qué no sales a correr con Tody? Con él te entretendrás mucho.-
- Pero, Papá, yo quiero salir contigo y con Mamá. Vengan, les tengo una sorpresa. Vengan, vengan. – Insistió.
Los llevó hasta su dormitorio. Allí, sobre la cama estaban los veinte frascos.
Los Padres, asombrados, no entendían que pasaba. Miraban a Vicente y miraban los frascos.
- Tomen estos frascos. Son para ustedes. Están llenos de tiempo. Hay tiempo de sol y tiempo de luna. Es un montón de horas para ustedes. Yo las guardé para regalárselas.. ahora podemos ir a correr.-
- ¿Qué dices, Vicente?.-
- ¿Qué hay en mis frascos de mermelada?.-
- Tiempo, Mamá, tiempo; mucho tiempo para ti y para Papá.-
Papá y Mamá se miraron y comprendieron.
- Gracias, Vicente. – Dijo Papá. – Has tenido una idea genial. Por supuesto que saldremos todos juntos. Ahora sí tenemos tiempo, gracias a Ti.-
- Yo también voy a salir – Agregó Mamá. – Pero antes voy a guardar tu maravilloso regalo, tus horas de sol y de luna, en un lugar muy especial.-
REFLEXION:
¿Cuánto tiempo dedican a sus hijos para compartir y conversar?¿Dedican tiempo para contarles historias o narrar cuentos?
¿Sus hijos disfrutan de esos tiempos?
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